Enrique Alvarez Fanjul

El sitio más inhóspito del mundo…

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Uno tiene una imagen romántica de la Costa de los Esqueletos… una línea de costa virgen, tumba de navegantes, rodeada por un desierto en tierras remotas. Maravilloso y exótico… ¡pues no!. Vamos por partes.

Para llegar allí efectivamente hay que atravesar un desierto… pero nada de hermosas dunas, es un vertedero de color blanco, la imagen misma de la desolación. Se te hace completamente obvio por que lo llaman la costa de los esqueletos. NADIE podría atravesar ese erial a pie y salir vivo. Y encima, oye, sería una muerte sin clase, que no es lo mismo expirar graciosamente rodando por una duna dorada que darte de morros contra un suelo que parece hormigón armado.

Y conforme te vas acercando… el viento. Brutal, permanente, despiadado…

Vale, ya vemos la linea de costa, esto mejorará, ¿no? Pues no. La carretera que recorre la costa está a unos centenares de metros del agua… así que no la ves si no te desvías.

Por fin, casi con angustia, llegamos a el Cabo de la Cruz, famoso por su historia y por su colonia de focas. Wikipedia Dixit: “El cabo fue descubierto por el navegante portugués Diogo Cão2 que erigió una gran cruz (cross, de ahí su nombre) de piedra en 1486 para marcar el punto más meridional jamás alcanzado por los europeos en África”.

¿Y las focas? Muchas, y extremadamente cabreadas y malolientes. Aguanté como una hora con un pañuelo impregnado de colonia por máscara, haciendo las fotos que veis, con un frío y un viento espantoso. El olor era tan fuerte que la ropa me quedo impregnada de una peste que tardó días en pasarse. Eso si, el espectáculo merecía la pena… era grotesco y mayúsculo a la vez. Incontables animales se apilaban de forma incomprensible y en cuestión de dos segundos se peleaban y se apaciguaban sin seguir un patrón predecible. Eso hacía complicado cazarles en esos momentos. Si pretendías captar la acción, para cuando apuntabas ya se había pasado… así que tocaba enfocar y esperar pacientemente a que les diera uno de esos ataques transitorios de mala uva.

Al final le fui pillando el truco, y con un poco de buena suerte y mucho tele, conseguí lo que veis. Pero que peste….

 

 

Las cataratas Epupa

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Al norte de Namibia, en la frontera con Angola, el río Kunene se descuelga caprichosamente en las cataratas Epupa. Es un lugar relativamente remoto, tierra de cocodrilos y baobabs, donde la malaria no ha sido aún erradicada.

Con la sequía que azotaba el país, la visión de ese oasis verde,  tras varias horas de polvorienta pista desde Opuwo, era impactante.

Al sur y al oeste se extiende la región de Kaokoland, donde los Himbas y los elefantes enanos del desierto parecen pulular solo siguiendo el ritmo que les marca el agua.

 

 

 

¡La locura en Nebrowni…!

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Después de una mañana sin demasiado éxito recorriendo una por una las pozas del Parque Nacional de Etosha, desde el camping de Halali hasta el de Okaukejo, nada nos podría preparar para la superlativa escena que vivimos en la charca de Nebrowni… allí, incontables girafas, gacelas, avestruces y órices se arremolinaban en un caos para beber en torno a un mastodóntico elefante macho.

La calma parecía reinar, hasta que, inesperadamente y cada poco, el gigante se irritaba sin causa aparente…. se giraba sobre si mismo, envuelto en el polvo que levantaba y producía una mayúscula espantada del resto de la concurrencia.  Era fascinante, cómico y terrorífico a un tiempo…

Cuesta imaginar que a alguien le apetezca llegar a estas latitudes para pegarle cobardemente un tiro a uno de estos sublimes animales.

 

El instante decisivo

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“De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija el instante preciso. Jugamos con cosas que desaparecen y que, una vez desaparecidas, es imposible revivir… …Para nosotros, lo que desaparece, desaparece para siempre jamás: de ahí nuestra angustia y también la originalidad esencial de nuestro oficio.”
Henri Cartier-Bresson

 

El cielo protector

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… Como no sabemos cuando vamos a morir, creemos que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo todo sucede sólo un cierto número de veces. Y no demasiadas. ¿En cuántas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de la infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia? Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir el resto de tu existencia sin ella. Quizá cuatro o cinco veces. Quizás ni siquiera eso. ¿Y cuántas veces más contemplarás la luna llena? Quizás veinte. Y sin embargo, todo parece ilimitado… (Paul Bowles, “El cielo protector”)

 

Un capricho en Blanco y Negro

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A veces, por muy poderosos que sean los colores, el blanco y negro es capaz de transmitir mejor la sensación de irrealidad que produce un paisaje casi alienígena.
Dos vistas desde una duna pristina, procesadas imitando la estética impresionista del Nosferatu de Murnau. Menuda conexíon extraña…. de la desolación del desierto africano a la mente de un cineasta alemán… el poder evocador de la fotografía en marcha…

 

Namib, “el Enorme”

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El Namib es un desierto tan  superlativo que parece irreal. Las dunas de arena roja inyectan trescientos metros de color sobre el azul del cielo. Todo es sobrecogedor.

La naturaleza se tomo su tiempo para crear esta maravilla. Es  enormemente antiguo… se cree que ya estaba allí cuando los dinosaurios se extinguieron, hace 60 millones de años.

Todo es desmesurado y extraño… No en vano Namib significa, en lengua nama, “El enorme”

 

El amanecer del hombre

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Si hay un paisaje espectacular en Namibia, ese es Spitzkoppe, un macizo granítico que se eleva como un monolito en medio de la planicie más absoluta… y la referencia va con segundas, ya que este es el paisaje elegido por Kubrick para el inicio de 2001, cuando narra “el amanecer del hombre”.

El lugar transmite algo irreal, mágico y atávico, propio de un cuadro de Dalí.

De la mítica piedra negra, ni rastro, lástima… ¡pero que sitio!

 

Polvo, sudor y Himbas

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Opuwo es poco más que una calle polvorienta, un asentamiento con aire de pueblo de frontera al norte de Namibia. Allí, como en un crisol por remover, lo nuevo entra en contacto con lo viejo, y uno tiene la sensación de estar en un sitio donde la historia está por escribir. Si, es una frontera intangible, pero visible… entre occidente y lo tribal, entre el motor de explosión y la primera piedra, allí, en la cuna de la humanidad.

Más allá, una absurda red de caminos, aparentemente  errática y sin destino, lleva a las aldeas donde viven los Himbas. Pobres de solemnidad, con su piel mezclada con un polvo del que comprendes que es imposible escapar.

A veces hermosos, siempre orgullosos. Hacerles fotos no es sencillo.

Luz plomiza. Calor asfixiante. Muchos niños. Muchas risas.

Mucho polvo.

 

Kashmir

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Oh, let the sun beat down upon my face, stars to fill my dream
I am a traveler of both time and space, to be where I have been
To sit with elders of the gentle race, this world has seldom seen
They talk of days for which they sit and wait and all will be revealed

Talk and song from tongues of lilting grace, whose sounds caress my ear
But not a word I heard could I relate, the story was quite clear

Oh, I been flying… mama, there ain’t no denyin’
I’ve been flying, ain’t no denyin’, no denyin’

All I see turns to brown, as the sun burns the ground
And my eyes fill with sand, as I scan this wasted land
Trying to find, trying to find where I’ve been.

Oh, pilot of the storm who leaves no trace, like thoughts inside a dream
Heed the path that led me to that place, yellow desert stream
My Shangri-La beneath the summer moon, I will return again
Sure as the dust that floats high in June, when movin’ through Kashmir.

Oh, father of the four winds, fill my sails, across the sea of years
With no provision but an open face, along the straits of fear

When I’m on, when I’m on my way, yeah
When I see, when I see the way, you stay-yeah

When I’m down…
Well I’m down, so down
My baby, let me take you there

Let me take you there. Let me take you there