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Wikipedia Dixit:”En el interior del parque se han contabilizado 114 especies de animales, 340 de pájaros, 110 de reptiles, 16 de anfibios y una de pez bastante sorprendente. Entre los grandes mamíferos se han contado 250 leones, 300 rinocerontes, 2.000 elefantes, 2.500 jirafas y 6.000 cebras. El más abundante es la gacela saltarina, conocida como springbok, de la cual hay más de 20.000 ejemplares”
Y se ven…
La clave está en que durante la estación seca el parque es un lugar desolado, pero con pozas de agua… y los animales no tienen más remedio que ir a las mismas. Así que el ritual del Turistha Etoshianus consiste en migrar de charca en charca, desde la salida del sol hasta el ocaso, siempre con la incertidumbre de las maravillas que te deparará la siguiente. Eso si, absolutamente prohibido bajarse del coche, por lo que te pueda pasar…
Toparte con jirafas, gacelas, elefantes y cebras es prácticamente algo permanente. Lo más difícil son los grandes carnívoros. De día fracasamos totalmente, así que contratamos una excursión nocturna y… la sorpresa fue mayúscula al toparnos, a la orilla de una gran charca, con un leopardo, el más escaso de todos los félidos de Etosha. ¡Ni siquiera se sabe con seguridad cuantos habitan en el parque!
La foto es un pequeño milagro, pues el animal estaba bastante lejos, a unos 100 metros. Esta hecha de pie, sobre el jeep, con el 100-400 a tope de zoom mas un multiplicador de 1.4 a… ¡ISO 6400!. Increíble viendo el resultado final. Creo que es es la primera vez en mi vida que disparo a esa ISO… ni en astrofotografía la había empleado. Pero es que no había nada de luz, solo un foco del coche.
Tras estar un buen rato posando, el lindo gatito se dirigió prácticamente directo hacia donde estábamos, paso a unos 10 metros de nosotros y se quedó tras unos matorrales. Se podía oír su respiración pausada en el silencio de la noche africana.
No tengo ni la más remota idea de porque hizo eso… ¡pero nos proporcionó todo un subidón!
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Uno tiene una imagen romántica de la Costa de los Esqueletos… una línea de costa virgen, tumba de navegantes, rodeada por un desierto en tierras remotas. Maravilloso y exótico… ¡pues no!. Vamos por partes.
Para llegar allí efectivamente hay que atravesar un desierto… pero nada de hermosas dunas, es un vertedero de color blanco, la imagen misma de la desolación. Se te hace completamente obvio por que lo llaman la costa de los esqueletos. NADIE podría atravesar ese erial a pie y salir vivo. Y encima, oye, sería una muerte sin clase, que no es lo mismo expirar graciosamente rodando por una duna dorada que darte de morros contra un suelo que parece hormigón armado.
Y conforme te vas acercando… el viento. Brutal, permanente, despiadado…
Vale, ya vemos la linea de costa, esto mejorará, ¿no? Pues no. La carretera que recorre la costa está a unos centenares de metros del agua… así que no la ves si no te desvías.
Por fin, casi con angustia, llegamos a el Cabo de la Cruz, famoso por su historia y por su colonia de focas. Wikipedia Dixit: “El cabo fue descubierto por el navegante portugués Diogo Cão2 que erigió una gran cruz (cross, de ahí su nombre) de piedra en 1486 para marcar el punto más meridional jamás alcanzado por los europeos en África”.
¿Y las focas? Muchas, y extremadamente cabreadas y malolientes. Aguanté como una hora con un pañuelo impregnado de colonia por máscara, haciendo las fotos que veis, con un frío y un viento espantoso. El olor era tan fuerte que la ropa me quedo impregnada de una peste que tardó días en pasarse. Eso si, el espectáculo merecía la pena… era grotesco y mayúsculo a la vez. Incontables animales se apilaban de forma incomprensible y en cuestión de dos segundos se peleaban y se apaciguaban sin seguir un patrón predecible. Eso hacía complicado cazarles en esos momentos. Si pretendías captar la acción, para cuando apuntabas ya se había pasado… así que tocaba enfocar y esperar pacientemente a que les diera uno de esos ataques transitorios de mala uva.
Al final le fui pillando el truco, y con un poco de buena suerte y mucho tele, conseguí lo que veis. Pero que peste….
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Al norte de Namibia, en la frontera con Angola, el río Kunene se descuelga caprichosamente en las cataratas Epupa. Es un lugar relativamente remoto, tierra de cocodrilos y baobabs, donde la malaria no ha sido aún erradicada.
Con la sequía que azotaba el país, la visión de ese oasis verde, tras varias horas de polvorienta pista desde Opuwo, era impactante.
Al sur y al oeste se extiende la región de Kaokoland, donde los Himbas y los elefantes enanos del desierto parecen pulular solo siguiendo el ritmo que les marca el agua.
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Después de una mañana sin demasiado éxito recorriendo una por una las pozas del Parque Nacional de Etosha, desde el camping de Halali hasta el de Okaukejo, nada nos podría preparar para la superlativa escena que vivimos en la charca de Nebrowni… allí, incontables girafas, gacelas, avestruces y órices se arremolinaban en un caos para beber en torno a un mastodóntico elefante macho.
La calma parecía reinar, hasta que, inesperadamente y cada poco, el gigante se irritaba sin causa aparente…. se giraba sobre si mismo, envuelto en el polvo que levantaba y producía una mayúscula espantada del resto de la concurrencia. Era fascinante, cómico y terrorífico a un tiempo…
Cuesta imaginar que a alguien le apetezca llegar a estas latitudes para pegarle cobardemente un tiro a uno de estos sublimes animales.
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