Nuevas fotos: Arquitectura en India (1)

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La imagen que he seleccionado para comentar este nuevo portfolio, que podéis encontrar en la sección de arquitectura, corresponde al templo dorado, edificio icónico de la religión Sij.

No soy una persona que tenga un particular sentimiento de apego por la espiritualidad, al menos si la entendemos en su definición mas barata y estrecha. Por decirlo de una forma gráfica, nunca he comprado una piramide de cristal para canalizar mis energías positivas, ni he orientado el cabecero de la cama hacia el este, siguiendo los dogmas del Feng Shui. Sin embargo, el Templo Dorado me transmitió, de forma instantánea, una fuerte sensación de paz, cercanía, bienestar y espiritualidad. Me resulta extraordinariamente difícil explicar la causa. Lo visité varias veces, la primera por la noche, y siempre tuve esa sensación. El ambiente es más el de un punto de encuentro social entorno a un lago que el de un templo clásico. No es difícil entablar una buena conversación y tienes la sensación, posiblemente engañosa, de una falta de impostura y de estar rodeado de buena gente que se relaja en un punto de encuentro común.

Mi última visita fue para ver la puesta de sol. Pensaba aprovechar la luz del atardecer para hacer fotos. No hice ninguna.

Al poco de entrar me abordó una chica joven, en sus veintipocos. Era bonita, de modales refinados, vestía elegantemente y su inglés era muy correcto.  Me preguntó si podía hablar conmigo, pues necesitaba charlar con un occidental. Nos sentamos en el borde del lago, me enseño su brazo derecho, y me contó su historia.

En el antebrazo se notaba la marca de un pinchazo reciente. Acababa de salir el hospital, tenía la marca del suero. Esa tarde había intentado suicidarse con una sobredosis de pastillas.

Hacia meses se había enamorado de un chico, hablando con el por teléfono. Era un amigo de un amigo, y se pasaban el día colgados del auricular. Nunca lo había visto en persona, pero quería casarse con el, en contra de la opinión de su familia. Podéis imaginaros que no daba crédito a lo que oía.  Se me antojaba increíble que nadie tuviera intención de contraer matrimonio con alguien que ni siquiera conocía en persona.

El problema es que eran de castas diferentes. El chico era de una inferior y, además, debía tener la piel bastante oscura, según le había confesado. Este detalle racista no hizo sino confirmarme mi impresión de que la sociedad india es tan fascinante como fallida e inhumana.

Tras enfrentarse a su familia consiguió finalmente el consentimiento paterno… solo para recibir, la mañana del día en que nos encontramos, una llamada de despedida del chico. El no había sabido, o querido, luchar con idéntica fuerza contra su familia, que también se oponía a la boda por ser ella… ¡de una casta superior! La sensación de humillación fue tal, que no se le ocurrió otra idea más brillante que intentar suicidarse. El resto es historia. me dijo que necesitaba explicarle esto a un occidental, que un Indio prejuzgaría.

Ni que decir tiene que yo tenía todas las alertas anti-timo zumbado en la cabeza. Esperaba que en cualquier momento me dijera algo que me llevara a la conclusión de que todo ello era una tomadura de pelo para sacarme dinero. Pero al oirla todo parecía sincero… y de hecho, en ningún momento me planteó nada en esa línea.

El final de la historia es bastante féliz. Por fin, desde el hospital, llamó a su padre. Como siempre ocurre, los padres han vivido más de los que los hijos creen, y su reacción fue comprensiva y tranquila. Ahora mismo, el padre iba de camino al templo, donde se encontrarían. Después de charlar un buen rato, con los pies y el sol colgados sobre el lago, se despidió. Me dio la sensación de que le había sentado bien soltarlo todo.

Las fotos quedaron para otra ocasión.